El amor es una mierda, no hay que enamorarnos más que de nuestro pie izquierdo. Que lindo es mi pie izquierdo, lo quiero y lo cuido, y le paso crema y le pinto las uñas, y lo hago caminar por horas, pero no se va, nunca me dejo por otra mujer. Mi pie izquierdo es lo más parecido al amor que conocí. Al amor incondicional, obviamente. Mi pie izquierdo se ríe conmigo y me rasca si me pica y me lleva, de un lado para el otro. Nadie nunca se comparó con él.
No se porque pienso que los hombres son todos unas bestias miserables, quizás porque nunca pudieron ser lo que mi pie izquierdo es en realidad, una extensión de mi cuerpo, otro “yo misma”. Capaz que esta forma de amor es el mejor que hay, amor a algo, a una cosa, amor inanimado, estable, recurrente, constante. Amor a cualidades que no cambian, a humores tenues, a “nomeimporta”.
“Mi pie izquierdo nunca me dejo por otra mujer”, dije, y amplío, nunca me dejo por otro cuerpo, por otra pierna, por otros zapatos que lo cuiden mejor. Capaz que porque sabe que aunque yo mire muchos pies izquierdos y aunque acaricie y maquille y mime a muchos otros pies izquierdos, nunca van a ser lo que es él, MI pie izquierdo. Aunque otro me llamara la atención sabe que nunca podría abandonarlo, porque si, porque somos inherentes el uno con el otro, somos un alma sola y misma, y él lo entiende, aunque me cele y se enchinche y se duerma de vez en cuando en señal de desaprobación.
Por eso y con todo esto es que digo, creo que uno debería amar a su pie izquierdo y solo a eso. O a alguna otra parte de su cuerpo, a uno mismo, a sus uñas, al estomago, a la rodilla, hay un montón de opciones, opciones simples que no traen complicaciones mayores que bañarse, aunque sea, dos veces por semana.
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